ASIS. Tercera probación

ASIS. Tercera probación

El canto de los pájaros, la niebla cubriendo los montes, los colores del atardecer o el sonido de la lluvia  al caer… tienen un matiz diferente cuando te encuentras en la ciudad de Asis.

Por las calles de esta pequeña ciudad conviven frailes y monjas de hábito marrón, peregrinos de las más diversas procedencias y turistas atraídos por el encanto y la gracia del lugar. Y es que en Asís se respira algo especial, que es difícil explicar con palabras. Puede que tenga que ver con su historia, con el hecho de ser cuna de santidad o con la belleza de sus paisajes, que te hacen conectar con las entrañas de la creación. Sin embargo, no se trata sólo de esto, pues como nos decía fray Giovani, al visitar el convento de San Damián (lugar de conversión para San Francisco y en el que vivió y murió Santa Clara) lo que sucede realmente en Asís es que Dios sigue esperando encontrarse con todos aquellos que tienen deseo de escuchar su voz.

Esta es también nuestra experiencia como peregrinas, que una vez más hemos caminado confiadas para dejarnos encontrar y transformar por el Dios que se hace presente en todas sus creaturas.

Partimos de Roma hacia Asís en tren. Al llegar visitamos “La Porciúncula”, corazón del franciscanismo y lugar entrañable en el que se percibe la presencia de Dios y la fe de los peregrinos.

Por la tarde pudimos rezar vísperas y adorar el Santísimo en el convento de San Damián, junto a otros peregrinos y gente de Asís que acuden allí en la búsqueda del Encuentro ¡Es verdaderamente un lugar de oración!

También subimos el monte Subasio, lugar al que San Francisco y sus compañeros acudían a retirarse en oración y pudimos experimentar, acompañadas por la lluvia, la belleza de la creación y unirnos a Francisco diciendo: “Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas”.

Esta expresión toma para mí más sentido tras haber tenido el taller sobre JPIC, pues mientras caminaba iban resonando en mi interior algunas palabras que animan mi camino de conversión personal: “Esta conversión […] implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre […]. También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal” (LS 220).

Es fácil reconocer el don recibido en este paraje, que te hace sentir una verdadera comunión universal con todo lo que te rodea.

En el convento de las Clarisas participamos de la Eucaristía, donde se conserva el crucifijo de San Damián, delante del que San Francisco oraba cuando escuchó estas palabras: “Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas”. Estar delante de este Cristo, y recordar la llamada que recibió Francisco, me volvió a conectar con otro de los temas que hemos trabajado recientemente: la diversidad sexual, confirmándome la necesidad de poner nuestro carisma reparador al servicio de la Iglesia, a veces “en ruinas”, para que muchos puedan llegar a escuchar la voz de Dios que no deja a nadie fuera y se mantiene a la espera de los que desean Su encuentro.

Montse Chias, ACI