CUANDO EL CORAZÓN MIGRA/ARGENTINA

CUANDO EL CORAZÓN MIGRA/ARGENTINA

Soy Camila, tengo 26 años. Entré al Instituto hace tres. Este acontecimiento tan importante de mi vida también coincidió con mi primer gran paso migratorio. El primer año de Postulantado me encontró viviendo por primera vez en un país distinto al mío. Dios me regaló la experiencia de
-ser recibida- antes que la de recibir. Migré de país, de estilo de vida, de cultura. Me resitué, me volví a enraizar en un lugar. Dejando vínculos, espacios, seguridades y tanto más. Guardé “lo esencial” en una valija de 23 kg y allí fuí. Esta oportunidad de migrar me regaló la profunda
certeza de que el corazón no sabe de fronteras. Jesús me invitaba (y me invita) a hacerle lugar a muchos rostros, historias, personas, culturas…
Este año viviendo en Ituzaingó descubrí esta invitación, desafiada a un pasito más. Tuve el inmenso regalo de vivir con una familia armenia. Compartiendo lo cotidiano, el saludo de buenos días, alguna tarea del cole, unos mates o “cafecitos” en el jardín de casa. Todo esto
redobló la apuesta. Mi -ser hermana- se expande y descubro que así como el corazón, la familia tampoco sabe de fronteras y tiene horizontes impensados.
Mi vida se llenó de color. Acompañando humilde y pequeñamente desde el “ser familia”. Ser familia de aquellos que dejaron a sus familias.
Como educadora, especialmente de la infancia, contemplar a los niños me moviliza de un modo particular. Me siento invitada a cuidar especialmente a estos pequeños que dejaron de tener como única preocupación a qué juegan hoy o qué programa de dibujitos miran. Ayudar a estos pequeños rostros migrantes a recuperar algo de esa inocencia, sencillez, ternura y espontaneidad, fue un motor que se encendió dentro de mi.
En este tiempo pude disfrutar muchos juegos en la plaza, un impresionante paseo al Zoológico Temaikén, muchos bailes y canciones, avioncitos de papel y risas impagables. Se transformaron para mí en pequeños actos de justicia. Los niños y niñas son iguales en todas las partes del
mundo, y ellos, especialmente, tienen una capacidad de disfrute, cariño y gratitud que movilizaron y marcaron fuerte mi corazón. En un presente que se torna tan complejo para ellos, hacerlos reír es lo mínimo que podemos hacer.
Deseo seguir caminando lentamente en la búsqueda de ir haciéndole espacio en el corazón a este “nosotros cada vez más grande” que cada día tiene un rostro nuevo, una cultura que abrazar, una comida que probar y muchos modos nuevos que aprender.

Camila Crespo, aci

La imagen principal es una carta en la que uno de los niños venezolanos acogido con su familia en las Tunas agradece su vida en Argentina…