MISIÓN EN LA FRONTERA/CHILE

MISIÓN EN LA FRONTERA/CHILE

El 19 de enero alrededor de las 11.00 am., dos hermanas Franciscanas Misioneras de María, que viven en una ciudad al norte de Chile llamada Iquique, nos pasaron a buscar para iniciar un viaje de 237 km. en dirección a un pueblo altiplánico llamado Colchane, ubicado a 3,702 metros sobre el nivel del mar.

Al salir de la ciudad comenzamos a ver como el sol, las nubes y la tierra de los cerros juegan a pintar diversas tonalidades de marrón y gris. Es precioso el desierto, y silencioso; es el silencioso testigo de los sueños de un mejor porvenir, de los deseos de reunir a la familia y vivir una vida tranquila. Es también el silencioso testigo de la incertidumbre, del hambre, del frío, de la impotencia y del dolor que traen tantas personas que por muchos motivos deciden cruzar la extensa frontera del norte de Chile(Colchane), que limita con la frontera de Bolivia (Pisiga). El paso está cerrado, por tanto, todos/as los/as que pasan por la frontera lo hacen de manera irregular, es un paso no habilitado. Cada día más de 100 personas entre niños/as, mujeres y hombres,  cruzan la extensa frontera, en cualquier horario, y si han logrado esquivar a la policía y a las instituciones de salud en su ruta por Chile, no sabemos quiénes son los/as que han entrado a nuestro país.

La Conferre nacional, conmovida por esta crisis migratoria, se unió al trabajo que ya estaba realizando la Conferre regional y el Obispado de Iquique, desde octubre del año pasado han dado pasos significativos para ayudar a nuestros hermanos y hermanas que vienen mayoritariamente de Venezuela, también hay una población importante de Colombianos/as, y muy pocos Bolivianos/as y Peruanos/as. Desde la fecha antes comentada, se han formado grupos de religiosos/as y laicas de distintas Congregaciones y lugares de Chile para brindar apoyo en dónde haya necesidad. Es así, que Claudia Salazar (postulante aci), Dayse Benavides (laica) y yo, nos embarcamos en este viaje cuyo destino fue el pueblo de Colchane.

No vamos a permitir que pierdan la ESPERANZA

Las tres nos encontrábamos allí, en el grieta de la herida, en la frontera física y existencial, en la frontera que le ha reflejado a nuestro país, que nuestras leyes  migratorias son deficientes, porque no hemos acertado en estos años en la manera de  mejorar la situación, tanto para nuestros/as hermanos/as migrantes como para los/as chilenos/as que viven en los pequeños pueblos y ciudades del norte.

El gobierno tiene un dispositivo en dónde pueden realizar cuarentena alrededor de 200 personas, son unas carpas grandes que se han montado al lado del complejo de la aduana. Dentro del complejo reciben dos comidas diarias y el día que llegamos, se montó al interior una carpa de atención médica.  Las lluvias y granizos del llamado invierno altiplánico han derrumbado un par de carpas, por tanto su capacidad real puede ser menos de 180 personas. Fuera del dispositivo, permanecen a la intemperie más de 100 personas todos los días, esperando ser llamados para la muestra del test de antígeno y así lograr entrar en el dispositivo del gobierno.

El hambre, el frío, la enfermedad, la inseguridad y la desprotección en la que muchos/as de ellos/as se sienten, hace que decidan muchas veces viajar a Iquique caminando, que son entre 3 y 4 días de desierto. Si tienen suerte algún camión les dará un aventón, otros/as pagan elevados precios a la locomoción irregular que los llevan a Iquique, a veces los/as engañan, dejándoles en cualquier pueblo.

Allí en esa frontera estábamos nosotras, con la responsabilidad de atender el segundo lugar, ésta vez adaptado por la Iglesia local, como refugio; por el aforo, éste tiene capacidad para 23 colchones cada uno cuenta con un grueso saco de dormir y una manta. El primer día que abrimos el recinto, sabíamos tres cosas: 1) que era un refugio nocturno, al cual podían ingresar a partir de las 20:00 hrs y salir a las 08:00 hrs del día siguiente, 2) que era un lugar para mujeres y niños/as y 3) que cuidaríamos nuestro modo de proceder, porque no íbamos a permitir que ellos/as perdieran la esperanza.

Y así por 6 noches fuimos testigo de la multiplicación de los panes, allí en donde comenzamos cocinando para 18 personas, entre niños/as y mujeres, terminaron comiendo 150 personas, por cierto también hombres, esos que esperaban detrás de la reja, porque sabían quiénes eran nuestro grupo prioritario.

¿Cómo se repara la humanidad fracturada y herida?, ¿Cómo hacer para que otros/as no pierdan la esperanza?

Entre muchas respuestas que se me vienen al corazón, elijo: “pasar por este mundo haciendo el bien”, esto se logra, incluso en momentos adversos, Rafaela María y Pilar son nuestro referente tan querido. 

De la cercanía y amistad con el Señor, nos brotó “pasar por este mundo haciendo el bien” acompañando a nuestros/as hermanos/as:

Desde cerca, implicándonos, tomando decisiones arriesgadas, no inocentes; buscando confiar en que, detrás de todas las historias que nos contaban para conseguir una ayuda, había una verdad.  Eso significo mucho diálogo entre nosotras, diálogo en clave de discernimiento.

Desde dentro, siendo profundamente nosotras, mujeres, actuando con ternura, alegría, paciencia y generosidad. Desde la delicadeza de compartir un plato de comida bien servido, el café y el chocolate calientito, hasta la entrega de útiles de aseo, ropa abrigada y comida para el camino. Estos modos y gestos, reparan la humanidad y devuelven la esperanza. Fuimos testigos al pasar los días de gestos generosos por parte de ellos/as, como la mujer que decidió dormir fuera con sus hijas, el día que hacía más frío, para que entrará al refugio una familia que tenía niños pequeños. Fuimos testigo que la confianza y la amistad, generó que nos tendieran la mano para ayudar a más personas. Ellos/as mismas comenzaron a compartir la ayuda que ellos/as recibían.

Desde abajo, sabiéndonos incapaces de vivir solas esta experiencia de ayuda humanitaria. Dialogamos con diferentes Instituciones del gobierno (centros de salud público, carabineros de Chile) y no gubernamentales (Hogar de Cristo, unicef, OIM,  Acnur y la fundación Madre Josefa de las hermanas del Buen Pastor), con ellos y ellas fuimos haciendo redes, fuimos compartiendo preocupaciones y nombres, y así fuimos alcanzando “juntos/as” ayuda para más personas.

Dayse, Claudia y yo, agradecemos a Dios por estos días que hemos compartido con tantas personas en Colchane y en Iquique. Gracias Señor, porque nos has dado gracia para unirnos a ti en la misión de reparar la esperanza y la alegría, porque junto a otros y otras fuimos lugar de descanso y revitalización para tantos/as caminantes.

Ana Carvajal, aci