MADRE PILAR

Santa Rafaela María no estuvo sola en su camino. A su lado encontramos siempre a su hermana, Dolores Porras Ayllón, que dentro de la Congregación, se hizo llamar Pilar. Esta era 4 años mayor que ella, y su infancia y primera juventud estaba siempre marcada por las necesidades y el temperamento fuerte y emprendedor de su hermana. Fue Dolores quien gobernaba la casa paterna a la muerte de su madre, y quien organizó la salida de ella, cuando decidieron las dos entregarse a Dios en la vida religiosa. “Alma de fuego, voluntad de acero, corazón de oro – todo un carácter” dicen de ella personas que la han conocido y tratado de cerca.

 

Cuando nació el Instituto de Esclavas en 1877, tras el reconocimiento del Cardenal de Toledo, que la misma M. Pilar consiguió, todos sus esfuerzos materiales y espirituales fueron para su querida “familia”, las Esclavas, sin poner límites a su entrega. No son pocas las de sus numerosas cartas (conservamos 4.975 de ellas) que terminan: “hoy no puedo más”. Con continuos viajes en tercera clase de aquellos trenes, buscaba el sostenimiento económico y la expansión del Instituto a otras ciudades.

 

Entre las dos hermanas existió siempre un fuerte cariño, intocable, aunque con roces naturales causados por sus diferentes temperamentos y las complicaciones de los años de fundación. Cuando la M. Pilar se encontró igual que su hermana retirada de todos sus cargos, la relación de cariño entre ellas y su amor por el Instituto brotó con más fuerza y profundidad. Ambas se ven desplazadas para ser cimientos escondidos del edificio de la Congregación de las Esclavas, y viven sus últimos años entregadas a la voluntad de Dios sobre ellas, dedicándose a la oración y a pequeños trabajos caseros. La M. Pilar muere en 1916.

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Yo, a pesar de mis faltas, solo quiero la voluntad de Dios.