Rafaela María fue bautizada al día siguiente de su nacimiento. En una carta dirigida a la M. María de la Cruz le dice “Cuarenta y cuatro cumplí el 1º, pero el 2º fui bautizada: el día más grande de nuestra vida, porque en él fui inscrita en el libro de la vida”.
En una ocasión escribe a su sobrina Rafaela alentándola en el próximo nacimiento de su décimo hijo y le dice “… alégrate que puedas darle a Dios muchas almas que lo amen, lo sirvan y después gocen el fruto de la redención […] Dile de verdad a la Santísima Virgen que sea la Madre de tus hijos y la dueña absoluta de tu casa, y tú sólo la institutriz, para hacer de todos lo que Ella quiera”. Así vive un nuevo nacimiento, como una bendición de Dios.
Así se vive, como Hija de Dios, confiada en su amor de predilección que experimenta en todos los acontecimientos de su vida, agradecida constante y permanentemente por el gran don de la vida.