DÍA 3

muerte de su madre

Era una noche de febrero de 1869. Doña Rafaela muere. “Vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de la vida”(1)… Rafaela recuerda años más tarde el dolor de aquella noche.

La muerte de alguien fuertemente entrañable y familiar rompe por dentro. Es un dolor demasiado hondo que invade absolutamente todo. Solo desde la fe y la esperanza se puede batallar. La esperanza nos serena y, entonces, las tormentas amainan, las aguas reposan y -poco a poco- vuelven a su cauce. La fe nos sostiene y mantiene en pie. Fe, esperanza, caridad. 

La caridad, el Amor está llamando a crecer. Solo desde ahí adquiere todo su hondo sentido.

Rafaela, con entrañable delicadeza y todo su amor, acompañó a su madre en ese momento, en el duro trance que todo ser humano pasa solo. ¡Cuánto pensamiento y sentimiento silenciado atravesando su corazón! Silencio… y unas manos ensambladas -las suyas con las de su madre-.

Y ahí, rota por el dolor, ante su Dios, se ilumina su camino: “Yo, ¿para qué nací? Amar, amar y más amar. El amor todo lo vence”.

(1) José Luis Martín Descalzo. Testamento de un pájaro solitario.

Algunos hechos de mi vida en que he visto la misericordia y providencia de Dios patente.

La muerte de mi madre, a quien yo cerré los ojos por hallarme sola con ella en aquella hora, abrió los ojos de mi alma con un desengaño tal, que la vida me parecía un destierro. Tenía dieciséis años(1). Cogida a su mano le prometí al Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna terrena. Y nuestro Señor, al parecer, acogió mi oferta, porque aquel día me tuvo toda ocupada en pensamientos sublimísimos de la vanidad y nada que son todas las cosas de la tierra y de lo único necesario que era aspirar a sólo lo eterno, que casi, o del todo, me desterró la pena. Esta jaculatoria o décima se me grabó de tal manera, que no sólo aquel día, sino toda mi vida me ha servido de estímulo para la virtud. «Yo, ¿para qué nací? Para salvarme», etc.

Continuaba cada día entrando más en sí y la Providencia divina que ya iba formando sobre mí sus designios, me ponía casi continuamente objetos a la vista que me fuesen, cada vez más, desengañando del mundo.

(1) Evidentemente equivoca la cifra. Doña Rafaela Ayllón murió en febrero de 1869; la Santa tenía dieciocho años y estaba muy cerca de cumplir los diecinueve.

"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

 (Jn 10, 10)

Como Rafaela, desde lo hondo de mi corazón, con la convicción de que “soy toda de Dios”: ¿Qué quieres hacer de mí, mi Dios y Señor?

Oración a Santa Rafaela María

Rafaela, hoy queremos rezar con tus palabras:

“Sólo en Jesús, por Jesús y para Jesús, toda mi vida y todo mi corazón, y para siempre”.

Mi vida, toda entera para ti, Señor.

“¡Por qué borrasca pasa esta pobre barquilla! Pero Dios la sacará a puerto feliz”.

Toda mi tristeza, mi dolor, lo dejo en ti.

“En Ti, oh Señor, tengo puesta toda mi confianza”.

En ti, dejo todo lo mío.

“Mi vida debe ser un continuo acto de amor, hacer para que todos los que nos rodean pasen la vida feliz: ésta es la verdadera caridad”.

Ayúdame a vivir desde aquí.

“Amar y más amar. El amor todo lo vence; pedir sin cesar este amor”.

“Te doy las gracias de corazón, como si ya me hubieses oído, tal es mi confianza en Ti, Jesús mío dulcísimo”.

Rafaela, intercede por nosotros. Queremos vivir toda nuestra vida entera con el mismo talante que tú.